Esta
semana toca hablar un poco de esa misión
que tenemos los entrenadores y la
que desarrollan los jugadores, por
si mismos y gracias, o por desgracia,
a algunos de nosotros.
Digo
esto porque este pasado sábado hemos
sufrido el arrebato de algunos chavales, subidos de testosterona, en plena juventud y que, los que ya pasamos de
los 40, los conducimos por la senda del deporte,
tenemos que frenarlos.
En
un partido donde nosotros, y me refiero al equipo Cadete “B” de Fútbol Sala del Hércules
de San Vicente, jugábamos frente al segundo clasificado de la liga, el
“todopoderoso” Pinoso, donde el entrenador de ese equipo no se queda ni
al partido, como ya ocurrió en la
ida, pensando claramente que puede repartirse e ir a hacerse cargo de otro equipo de su club, dado que nos van a
pasar por encima… Viendo el
resultado final podría decirse que tenía razón, no le falta tampoco, pero aquí es donde falla el asunto.
Acabado
el primer tiempo nos vamos al
descanso con un 4-2 a su favor y con
signos de no verse tan superiores
como pensaban. No voy a meterme en cual fue la charla del “entrenador” “señor” “fulano” o lo que estuviera allí del otro
equipo, pero me imagino cual fue la línea del argumento que usó, cuando a los tres minutos de la segunda parte, nos habían hecho, que no pitado catorce entradas a cual más dura, sin ninguna advertencia por parte
del señor que venía a pitar (vino comiéndose
una manzanita el buen hombre,
llegando cinco minutos antes de que
empezara el partido).
El
caso es que a los cinco minutos de la reanudación,
uno de nuestros jugadores acaba dos metros fuera de la pista, gracias a la
caricia de los chavales del otro equipo, que menos jugar al fútbol sala sabía hacer de todo, incluido, por supuesto, amenazar a nuestros chavales.
Gracias
a Dios, somos un cuerpo técnico con
más cabeza que algunos, sobre todo que los del Pinoso, y al margen de saltar todos del banquillo ante la entrada
de roja directa del amigo “69” (¿se
puede llevar un número más ridículo?), me muerdo
la lengua, yo en particular, cuando desde el otro banquillo nos mandan a callar,
¡manda huevos! El tal fulano, cacique
y abrazafarolas del señor o lo que
fuere del otro lado del medio campo, me dice que me calle, después de salir
como vándalos a intimidarnos por la fuerza y no con juego… de verdad lo que
tiene que aguantar uno.
Lo
cierto, y me siento orgulloso de
decirlo, es que pedimos un tiempo muerto, pena no haberlo pedido antes, y les dijimos a los nuestros; lo
primero, que no entraran en provocaciones y lo segundo, que tampoco íbamos a
intentar jugar como nos gusta, es
decir, tocando desde atrás, y los mandamos a que lanzaran balones arriba para dejarnos el acoso, violento e innecesario al que nos vimos sometidos.
Como
decía al principio puedo llegar a entender
a chavales de catorce años en plena ebullición
de hormonas pero no comprendo a los descerebrados
que los conducen.
Dejo
para el final la parte más alegre con los alevines
de Inmaculada CF que, después de un
primer tiempo apretado frente al Jove, maquillaron con buen fútbol y goles
el segundo tiempo.
Larga vida al fútbol
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