Ahora que estamos en
Semana Santa, semana de pasión, el Hércules comienza su calvario, nuestro
sufrimiento, se acerca el final y tenemos que apretar los dientes para llevar
la cruz que nos han impuesto los dirigentes de este club en los últimos 10 años
o más. El primero de ellos el máximo
accionista y seguido por Pitarch y sus secuaces que hacen cada vez más pesado
el madero que hay que llevar en las espaldas.
Los aficionados tenemos
aguante para eso y para más pero no podemos quedarnos mirando como a cada paso
del camino espinoso y sinuoso siguen lanzando piedras sobre su tejado, o mejor
dicho nuestro tejado, y atravesando al club con sus lanzas y dando de beber
vinagre a todos los que quieren arrimar el hombro para ayudar en la lucha por
la supervivencia y todo ello, sin ver una sola muestra de que, estos ineptos, quieran
estos colores.
En todo esto vemos el
final del camino con una luz divina y con la esperanza de alcanzar una vuelta a
la vida después de la muerte y que realmente tengamos una bendición y seamos
acogidos en una nueva etapa en la que no estén los demonios que nos persiguen
ni los pecados que hemos cometido y al final estemos donde debemos y
mantengamos la categoría y no seamos acogidos en el purgatorio de la segunda B
o lo que sería aún peor, caer en los infiernos de la desaparición y
desesperación.
Debemos de mirar al futuro
con optimismo de llegar al término del camino, y de la temporada, con la creencia
de que los últimos resultados son los pilares donde hay que apuntalar nuestra fe en este equipo, en este entrenador y en nuestros colores. Debemos y tenemos que
seguir apoyando a nuestro equipo, a pesar de que los verdugos siguen dentro del
club y con la buena nueva de la llegada al reino de los cielos y con ello la
resurrección y la vida eterna, y la continuidad del equipo de la ciudad, al
menos entre los elegidos de la categoría de plata.
Larga vida al fútbol, hoy
sí.
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